
Este libro analiza algunos de los conceptos de la teoría psicoanalítica sobre la mente colectiva. La psicología de masas trata sobre el individuo como miembro de una raza, nación, casta, profesión o institución, o como componente de una multitud de personas que se organizan como un grupo en un momento dado, o para una finalidad concreta.
La psicología de masas aborda y ofrece a los investigadores una gran cantidad de problemas que hasta ese momento no se habían diferenciado unos de otros de manera adecuada.
Así que tras leer esta obra de Freud, “Psicología de las masas”, el resumen que ofrezco a continuación realiza una serie de reflexiones acerca de las ideas del autor en relación con la psicología de masas, el análisis del ego y la teoría del caos.
Esto es especialmente relevante teniendo en cuenta que las masas se originan como sistemas que exhiben un comportamiento inestable, no periódico y altamente complejo, con una tendencia a la auto-organización.
Índice de contenido (navegable)
Freud, “Psicología de las masas”: resumen
Freud empieza sugiriendo que no resulta muy adecuado hacer una diferenciación drástica entre el individuo y el grupo. Se trata de una división artificial, ya que el individuo es por naturaleza un animal social que siempre está relacionándose con otras personas.
Por lo tanto, se puede afirmar que es una criatura intrínsecamente social.
Grupo e individuo
Éste es el primer argumento que realiza Freud. En concreto, escribe que “en la vida mental del individuo siempre hay involucrada otra persona como modelo, como objeto, como apoyo o como rival; por lo tanto, desde el primer momento la psicología individual (en el sentido más amplio que sea justificable) es al mismo tiempo psicología social”.
Sin embargo, esto no dice nada acerca de la situación que se da en el mundo actual y en la que un individuo pierde su vínculo social, por lo que debe volver a conectarse con el resto de la sociedad.
Por ejemplo, muchos de los movimientos sociales actuales se fuerzan (usando una epistemología obscena) para forjar un vínculo con otros (aunque sea débil) basado en teorías de la conspiración sin fundamento. En este sentido, la palabra “conspiración” implica, desde el punto de vista etimológico, que hay algún tipo de reunión de personas.
La conspiración es básicamente una forma de vínculo social, y su principal problema no es sólo la veracidad de su epistemología, sino la debilidad de los vínculos que establece y que, en otras circunstancias, podrían ser más sólidos.
Tras leer el libro de Freud “Psicología de las masas”, un resumen del mismo permite concluir que el autor describe una sociedad estructurada de acuerdo con el complejo de Edipo, es decir, el romance familiar en el que un grupo social se establece externamente a través de las imposiciones de una figura dominante.
De ahí que Freud escriba que “el individuo, como parte de las relaciones ya mencionadas (con sus padres, sus hermanos, sus hermanas, con la persona de quien está enamorado, con sus amigos y con su médico), acaba sometido a la influencia de una única persona, o un grupo reducido de personas, cada una de las cuales posee una enorme importancia para dicho individuo”. En este caso, el problema no es que Freud estuviera equivocado, sino que sólo estaba acertado en el aspecto que trataba: el del dominio.
Por lo tanto, cabe preguntarse qué parte sigue siendo relevante a día de hoy.
La reducción que hace Freud de la cuestión social al microcosmos de la estructura familiar no es desacertada, pero ignora la estructura familiar que existe en la actualidad: los padres son amigos de sus hijos y la familia es “líquida” (tomando prestada la expresión del sociólogo Zygmunt Bauman), ya que puede tomar un montón de formas diferentes.
Entre esas formas se incluyen matrimonios divorciados, padres y madres solteras, e hijos únicos.
La autoridad de los padres (no desde un punto de vista biológico, sino discursivo) ha retrocedido de forma importante para dar lugar a un discurso más obsceno mediante el que se anima al niño a disfrutar con ellos, lo que ha dado lugar a un cambio en el uso de las prohibiciones de antaño.
Freud empieza a poner en cuestión la idea de Le Bon sobre el “grupo”, centrándose en el elemento que une a los individuos para formar dicho grupo. El vínculo es la esencia del grupo, que determina su coherencia o consistencia.
Es decir, aquello a lo que Lacan se refería como S2 en sus discursos tradicionales (seminario 17). De ahí que Freud utilice la palabra “armonizar”.
Sus argumentos se basan en una armonía aparente, que en este caso se refiere a una armonía del grupo. Esto genera una coherencia, una consistencia y una durabilidad, al menos hasta cierto punto.
Sin embargo, existen vínculos sociales que se forman de forma orgánica y espontánea, y que se disuelven con la misma rapidez. Por lo tanto, no es necesario que un vínculo aporte coherencia, consistencia ni, por supuesto, durabilidad.
Por ejemplo, imaginemos a un peatón que se queda esperando junto a una carretera a que el tráfico disminuya para poder cruzar. No aparece ninguna oportunidad para ello y, al mismo tiempo, se congregan más peatones.
Cada vez hay más y más peatones, por lo que se acaba formando un grupo social que se extiende por toda la calle hasta que, finalmente, se alcanza un umbral en el que el tráfico se detiene y permite que el grupo cruce la calle.
Entonces, el grupo cruza para acabar desintegrándose y dispersándose con la misma rapidez con la que se formó.
Este ejemplo es más que suficiente para demostrar que existen grupos que no se ajustan a los principios descritos por Freud. De hecho, el ejemplo de los peatones se puede extrapolar a otros vínculos sociales del mundo actual.
Hoy en día, la formación de grupos también ha mutado, por lo que ni la durabilidad ni la consistencia/coherencia son una característica determinante o necesaria del grupo.
Alma colectiva
Al leer la obra de Freud “Psicología de las masas”, el resumen de las ideas más importantes debe incluir la descripción del principio de “contagio” dentro del grupo, que él considera como sinónimo de las características hipnóticas de dicho grupo.
En concreto, Freud escribe que “en cualquier grupo, un sentimiento y un acto son contagiosos hasta el punto de que el individuo sacrifica al instante sus intereses personales en favor de los intereses colectivos”.
En este sentido, podríamos considerar que todos los grupos son fascistas. También podemos pensar en los principios sociológicos propuestos por Emile Durkheim sobre la “efervescencia colectiva”.
Podría considerarse que el “altruismo” es un hecho social de determinados grupos sociales (lo que, por ejemplo, podría dar lugar a un cierto tipo de suicidio). Sin embargo, el efecto contagio no es suficiente para describir la realidad actual.
Hoy en día, el contagio no se refiere al mecanismo por el que se forma el vínculo social. En vez de eso, este concepto iría asociado a lo que Lacan llama lo real, que ha tenido su ejemplo más obvio en la pandemia de COVID-19.
Y es que bajo un contagio real, los vínculos sociales públicos se dan en la distancia que separa el exceso de proximidad que se experimenta dentro de un mismo hogar o burbuja. Por lo tanto, en este caso también se ha producido un cambio. Sin embargo, es importante destacar que Freud no estaba equivocado, simplemente no vivió en el mundo actual.
El segundo argumento de Freud sobre el contagio no es más que una consecuencia del carácter hipnótico de la “fascinación”. Este término se deriva de la misma raíz que la palabra “fascismo”, desarrollando así el argumento de Sergio Benvenuto (es decir, que todos los grupos son fascistas).
En este caso, Freud escribió que existe una “influencia magnética ejercida por el grupo […] mediante la cual el individuo hipnotizado se encuentra en manos del hipnotizador […], y todos sus sentimientos e ideas se desvían en la dirección determinada por el hipnotizador”.
Por supuesto, hoy en día existe una gran preocupación por el efecto hipnotizador que tiene el grupo. En concreto, la idea de que uno no debería comportarse como una “oveja” se ha llegado a convertir en una actitud culturalmente dominante.
De ahí que la “cultura woke” (si se me permite usar esa expresión) reprenda constantemente a sus seguidores para que “despierten” (“wake up” es “despertar” en inglés) frente a la manera en que están siendo programados por la sociedad.
Hoy en día, el gesto radical no consiste en afirmar que el hipnotizado está bajo la influencia del hipnotizador, ya que de eso trata justamente el discurso generalista.
Por contra, consiste en demostrar que esta afirmación es una negación de la realidad. Precisamente, dicha afirmación se realiza para evitar sus consecuencias.
El problema de Freud con la postura de Le Bon es que no explica quién es el hipnotizador, sino que deja la respuesta vinculada de forma elusiva a la propia formación del grupo.
En este sentido, hay lectores del ensayo de Freud que han mezclado su postura con la de Le Bon. Sin embargo, en este caso es conveniente guiarnos por la afirmación inicial de Freud: que toda la psicología individual ya es psicología de masas. ¿Y por qué? Pues, precisamente, por el inconsciente.
Pues bien, al leer el libro de Freud “Psicología de las masas”, el resumen del mismo permite llegar a la conclusión de que la afirmación de que todos los grupos son fascistas se acerca mucho más a la postura de Le Bon que a la de Freud.
De hecho, Freud cuestiona las afirmaciones de Le Bon. Así, cuando escribe que “un grupo es impulsivo, voluble e irritable”, básicamente está resumiendo el argumento de Le Bon sin afirmar necesariamente que sea cierto.
Freud añade que el grupo “está liderado de forma casi exclusiva por el inconsciente”. Esta afirmación, considerada en su totalidad, parecería ser propia de Freud debido al uso de la palabra inconsciente.
Sin embargo, existe una nota a pie de página que la atribuye a Le Bon, y que da a entender que muchas de estas afirmaciones son resúmenes de Freud de las ideas de Le Bon.
Por lo tanto, lo único realmente sólido que tenemos acerca de la postura de Freud es la idea de la orientación guiada, con la que no veo motivo para discrepar: el inconsciente implica el grupo, implica sociabilidad e implica una relación o, al menos, algún tipo de conexión difusa con el Otro.
Sin embargo, Freud escribe que “la noción de la imposibilidad desaparece para el individuo que está dentro de un grupo”, e incluye una nota a pie de página con una referencia a su propio ensayo “Tótem y tabú”.
Se trata de una afirmación fascinante porque establece que el verdadero grupo no carece de nada, no se produce castración y, por lo tanto, no hay inconsciente.
Ahora bien, esto no es lo que cabría esperar, es decir, que el grupo se apodere del individuo mediante la sugestión, y que por lo tanto lo convierta en un servidor que obedezca la voluntad del grupo.
Se trata de algo mucho más radical: el individuo deja de serlo dentro del grupo, precisamente porque no hay inconsciente. Por lo tanto, el grupo es psicótico.
En palabras de Freud, “un grupo es extremadamente crédulo y susceptible a la influencia, no posee facultad crítica, […] piensa en imágenes que se relacionan entre sí por asociación […] y cuya correspondencia con la realidad nunca es comprobada por parte de un agente razonable”. Pues bien, esta afirmación es increíblemente sofisticada.
En primer lugar, en el grupo no parece surgir lo simbólico, sino la sucesión de imágenes, es decir, de signos sin significantes.
Por otro lado, Freud no afirma que exista un desapego con la realidad, sino que existe un acuerdo con respecto a la realidad (que ésta es todo lo que hay) que nunca se comprueba por parte de un agente razonable, por lo que nunca media el significante.
Freud agrega que “el grupo desconoce la duda y la incertidumbre”. Por lo tanto, las negaciones que caracterizan a un sujeto neurótico no están presentes. En su lugar sólo existen las certezas que, en otras palabras, son ilusiones que se acercan a la experiencia psicótica.
Por último, está el exceso de goce o de alegría, que es otra característica propia de la psicosis: “un grupo sólo se puede excitar mediante un estímulo excesivo […] que debe pintarlo con los colores más forzosos, exagerarlo, y repetirlo una y otra vez”.
Por lo tanto, el efecto de cámara de eco no es lo que caracteriza al aislamiento social, sino a la proximidad social, ya que hay un exceso de sociabilidad.
Ésta es la experiencia de la psicosis, que es lo que caracterizó a la pandemia, en la cual se produjo un distanciamiento en lo social precisamente porque para el individuo sólo hay sociabilidad y no queda nada de individualidad.
Siguiendo con la obra de Fred “Psicología de las masas”, el resumen de la misma permite extraer otra curiosa característica que pone de manifiesto la profundidad de la psicología de las masas, y que también fue descrita de forma interesante (por accidente) por Matte Blanco: la simetría del inconsciente.
Cuando alguien ha eliminado su relación con el inconsciente (es decir, cuando parece que no hay Otro), se debe a que sólo hay Otro, por lo que no hay sujeto.
De esta manera, las contradicciones del inconsciente, de la sociedad y del Otro no resultan relevantes para personajes como Donald Trump, ni tampoco en el contexto de las redes sociales.
Freud escribe que “en los grupos, las ideas más contradictorias pueden coexistir y tolerarse mutuamente, sin que surja ningún conflicto motivado por la contradicción lógica entre ellas”.
De ahí que, aunque las contradicciones que existen en los movimientos sociales actuales son descaradamente obvias, sus seguidores no se inmutan en absoluto. Las contradicciones no importan.
Antes mencioné que el vínculo social es básicamente epistemológico, formado por palabras y significantes.
Pues bien, Freud escribe algo bastante interesante que respalda esta afirmación:
“un grupo está sujeto al poder verdaderamente mágico de las palabras; pueden evocar las más formidables tempestades en la mente del grupo, y también son capaces de calmarlo. […] En este sentido, sólo es necesario recordar el tabú que existía sobre los nombres en los pueblos primitivos, así como los poderes mágicos que otorgaban a los nombres y las palabras”.
Repitiendo los argumentos de Le Bon, Freud parece estar de acuerdo en que todos los grupos son fascistas, pero sólo en el mismo párrafo en el que hace un resumen de los argumentos de Le Bon.
Sin embargo, en otro párrafo, Freud parece corregir y añadir matices a Le Bon: “el individuo debe mostrarse fascinado por una fe (una idea) sólida para poder despertar la fe del grupo”.
Esto implica que el fascismo sólo es posible dentro del grupo si el individuo tiene tendencia hacia la fascinación. Por lo tanto, el grupo no produce un fascismo en el que se posiciona el sujeto, sino que el individuo debe manifestar alguna forma concreta de aceptación que permita la fascinación.
Otras concepciones de la vida colectiva
Freud comienza la tercera sección de su ensayo criticando a Le Bon por no aportar nada nuevo al estudio de la vida mental del inconsciente.
Por lo tanto, es importante (y Freud se lo impone como tarea) desarrollar algo más sofisticado que una explicación simplista que plantea que un líder vuelve sumiso al grupo, que todos los grupos son fascistas y que el individuo se pierde dentro del grupo.
De esta manera, Freud empieza criticando la idea de fascinación (lo que he estado llamando fascismo) dentro del grupo, dado que está claro que a veces la moralidad del grupo puede sustituir a la del individuo o, en vez de eso, a veces hay grupos “buenos” que no son egoístas.
Sin embargo, Freud llega a la conclusión de que el esfuerzo intelectual en solitario posee algo que proporciona las condiciones para la genialidad.
Es decir, los individuos que trabajan en soledad, lejos del grupo social, parecen tener más inteligencia.
Por supuesto, lo dicho es un principio sociológico básico que se puede encontrar en los escritos del siglo XIII realizados por Ibn Jaldún sobre los pueblos del desierto (que se encuentran en la periferia del vínculo social) o en la moderna sociología alemana de Georg Simmel, para el cual la objetividad sobre el desarrollo del grupo se encuentra en el extraño.
En la sociología canadiense lo vemos en la obra de McLuhan y de Harold Innis, quienes afirmaban que Canadá es un lugar privilegiado debido a que es un país distanciado del resto de América y, al mismo tiempo, forma parte del continente.
Pero esto no dice nada acerca del hecho de que los líderes actuales creen que ellos mismos están fuera del grupo, o que se encuentran en la periferia del grupo.
Hoy en día, hay líderes de todo tipo que nos quieren demostrar que son excéntricos. Se trata de una forma de identificación y de hacerse con el poder.
Sin embargo, al leer el libro de Freud “Psicología de las masas”, es resumen que se puede realizar pone de manifiesto una idea acerca del goce del grupo: siempre se produce una amplificación de las emociones dentro del mismo.
Es decir, el grupo estimula las emociones. A esto es a lo que me refiero como el goce del grupo, o el goce del Otro.
Se trata de algo muy importante para entender la manifestación contemporánea del poder dentro del nuevo discurso social dominante.
Porque lo que nos gobierna no es necesariamente un líder fascista, sino una sociabilidad estimulante de alegría y goce.
Sugestión y libido
La cuarta sección destaca de verdad las ideas de Freud acerca del grupo.
Su versión del proceso de formación de los grupos está mucho más relacionada con la intensidad de la libido, es decir, del afecto y el goce: “un individuo dentro de un grupo está sujeto a su influencia, llegando a menudo a una profunda alteración de su actividad mental […]. Su tendencia al afecto se intensifica de manera extraordinaria y su capacidad intelectual se reduce de forma significativa […]”.
De esta manera, puede comprobarse cómo el grupo no se define por los significados compartidos, sino por un goce que abruma e invade al individuo.
Por lo tanto, el individuo rechaza el dominio del significante y se significa de manera ilusoria. Así pues, resulta natural que quienes están alienados dentro de la formación del grupo adopten, en el mejor de los casos, un lenguaje imaginario de signos y onomatopeyas.
Freud afirma que la tendencia a ser influenciado se encuentra en la base de la vida mental.
Obviamente, esto se encuentra relacionado con la idea de fascinación, sobre la que ya he realizado algunos comentarios al referirme al fascismo. Sin embargo, a continuación Freud afirma que “en lugar de esto, intentaré usar el concepto de libido para arrojar luz sobre la psicología de masas”.
Ahora bien, ¿por qué optar por la libido en lugar de analizar con más detalle la tendencia a la sugestión del individuo?
Pues es posible que el motivo se deba a que la capacidad de ser influenciado es un aspecto descifrable, relacionado con el lenguaje y el significante, mientras que la libido es algo mucho más enigmático y está relacionado con lo que Lacan denominaba goce.
La libido es impulso.
Es algo mucho más primitivo que la tendencia a ser influenciado, porque se encuentra al nivel del impulso en lugar del deseo.
En este sentido, Freud tiene la intuición de que el impulso (y no el deseo) es la base de la vida social. Y esto se encuentra corroborado por el hecho de que considera que el amor se fundamenta en el amor sexual y en la unión sexual.
De esta manera, existe un armazón epistemológico, el amor, que rodea el núcleo formado por la oscuridad de los impulsos, es decir, la relación sexual.
Freud coloca al amor en el dominio del lenguaje. Pero no dice lo mismo acerca del sexo. Y establece una relación entre el amor y el sexo al decir “en su origen, función y relación con el amor sexual”. De esta manera, da a entender que el amor está ligeramente relacionado con el sexo porque ése es su origen, y a partir de ese origen puede encontrarse el amor, incluyendo el amor del grupo al nivel del deseo.
Pero el amor está basado en el núcleo del sexo, lo que quiere decir que existe algo de amor en el dominio de los impulsos. Sin embargo, no se trata de un amor que ofrezca una manera de superar las imposibilidades del sexo, sino de uno que hace posible el sexo al nivel del grupo.
Y considero que es correcto hablar de un armazón epistemológico porque Freud escribe que “el lenguaje ha llevado a cabo un proceso de unificación totalmente razonable al crear la palabra ‘amor’”.
Éste es el argumento de Freud, el cual golpea el corazón de nuestro vínculo social contemporáneo, que está basado, a nivel fundamental, en sentimientos sexuales positivos.
Sólo en este sentido restringido podemos entender la afirmación de Freud de que “las relaciones amorosas también constituyen la esencia de la mente del grupo”.
De ahí que prosiga diciendo “las relaciones amorosas (o, para usar una expresión más neutral, los vínculos emocionales)”. En este caso, está relacionando el amor con la dimensión afectiva, y no necesariamente con un vínculo significativo.
Dos masas artificiales: la iglesia y el ejército
Sobre la quinta sección de la obra de Freud “Psicología de las masas”, el resumen que cabe realizar es que su autor nos ofrece algunos ejemplos concretos de sus ideas.
Para empezar, éste afirma que existen dos tipos de grupos. Por un lado están los homogéneos, formados por el mismo tipo de individuos con los que es más probable que nos identifiquemos a través del goce en la sociedad. Por otro lado están los grupos heterogéneos.
Los primeros son “grupos naturales”, mientras que los segundos son “grupos artificiales”.
Es posible afirmar que los grupos artificiales eran más habituales en la época de Freud, y “requieren una fuerza externa para mantenerse unidos”.
Sin embargo, los grupos naturales no necesitan la misma fascinación, el mismo punto de anclaje jerárquico. De ahí que Freud también distinguiera entre “grupos sin líder y grupos con líder”.
Por lo tanto, los movimientos sociales actuales, que forman parte de la hegemonía gobernante, son grupos sin líder, aparentemente anárquicos.
El discurso dominante en la actualidad se basa en una figura de liderazgo (como Trump) o en la anarquía. Estos dos ejemplos que acabo de mencionar sólo se relacionan en este sentido.
Sin embargo, a continuación Freud expone algunos ejemplos que se corresponden únicamente con los grupos artificiales, aquéllos que tienen un líder que une la libido del grupo.
Este mayor análisis de los grupos artificiales (que eran los más habituales en la época de Freud) permite averiguar el motivo por el que existe una reducción de todos los grupos a la fascinación y a los puntos de anclaje jerárquicos, al menos cuando se lee la obra de Freud en la actualidad.
Sin embargo, lo interesante es que el debate cristiano sobre cómo amar al prójimo implica cierta crueldad injustificable hacia quienes no son los verdaderos prójimos: “una religión, incluso si se denomina a sí misma la religión del amor, debe ser dura y fría hacia quienes no pertenecen a ella. […] La crueldad y la intolerancia hacia otros creyentes son características de todas las religiones”.
Esto es cierto, sobre todo en el caso de religiones seculares (como el cristianismo) que llevan a cabo la intolerancia de formas oscuras y deshonestas: incorporando la tolerancia en la abandonada universalidad del amor al prójimo, pero sólo hacia quienes admitan el principio básico de la tolerancia.
Freud afirma que es posible encontrar la misma intolerancia dentro del socialismo.