Saltar al contenido

Resumen completo del libro «El viaje a la felicidad» de Eduardo Punset

libro el viaje a la felicidad-min

“El viaje a la felicidad” es una entretenida introducción a la ciencia de la felicidad y a los factores que la condicionan: mentalidad, estrés, flujos hormonales y envejecimiento, así como los aspectos sociales, económicos, culturales y religiosos asociados con la emoción.

En este libro, Eduardo Punset explica cuáles son los descubrimientos científicos más recientes sobre esta cuestión, y en el capítulo final propone una “fórmula” para conseguir la felicidad duradera.

La fórmula de la felicidad

mujer feliz playa-min

El clásico debate de naturaleza frente a crianza, o de la importancia relativa de las características innatas frente a las adquiridas como forma de explicar los rasgos físicos o de comportamiento que diferencian a los individuos, puede llevar con facilidad a posiciones simplistas.

Llevadas al extremo, dichas posturas limitan la felicidad al material genético con el que cada persona viene al mundo o, al contrario, asumen que la felicidad sólo depende de las experiencias y del entorno en el que se desarrolla el individuo.

Sin embargo, tras leer “El viaje a la felicidad” de Eduardo Punset, el resumen que se puede extraer es que los avances y los descubrimientos de la ciencia nos permiten poner en perspectiva estas dos posiciones para darnos cuenta de que, en realidad, la felicidad es algo más complejo.

Por lo tanto, aunque la carga hereditaria juega un papel fundamental, existen otros muchos factores que hay que tener en cuenta en lo que podría llamarse la “fórmula de la felicidad”. De forma resumida, esa fórmula podría expresarse de la siguiente manera:

Las emociones son el multiplicando del numerador. Si las emociones son cero, todo lo demás también será cero.

Éstas, a su vez, se multiplican por la suma de otros tres factores: la capacidad para invertir energía en el mantenimiento de la vida, la habilidad para buscar la felicidad y la capacidad para establecer relaciones personales positivas.

Pues bien, estos factores se corresponden con la propia configuración de nuestra especie, pero al mismo tiempo también dependen de nuestra habilidad para canalizarlas de forma provechosa.

Por otro lado, en el denominador están los obstáculos para la felicidad. Es decir, los elementos que actúan en dirección opuesta, limitando o evitando que alcancemos niveles elevados de felicidad.

Entre los factores reductores destaca el miedo. De hecho, hay quienes se han aventurado a afirmar que la felicidad no es ni más ni menos que la ausencia de miedo.

Por último, el divisor de la felicidad también está formado por la carga heredada que el mundo nos impone, y que no se limita a la genética del individuo, sino que también incluye la influencia de la carga cultural procedente del pasado.

Por desgracia, nuestra capacidad de defensa ante estos factores es muy limitada.

Así que veamos con más detalle todos estos elementos, para que así la fórmula de la felicidad deje de ser una ecuación ininteligible.

Emociones

emociones

Como ocurre con cualquier proyecto, al principio y al final del viaje a la felicidad siempre hay una emoción. La cultura occidental, sustentada en el pensamiento aristotélico, ha cometido un gran error a la hora de censurar las emociones por considerarlas como irracionales y perversas.

Sin embargo, atendiendo a lo que se cuenta en “El viaje a la felicidad” de Eduardo Punset, el resumen del mismo es que los avances en neurociencia nos permiten afirmar que una persona sin emociones no sería más inteligente que el resto, sino más bien lo contrario. De hecho, no tener emociones es tan contraproducente como no saber controlarlas.

El lugar donde residen oficialmente las emociones dentro del cerebro es una estructura que compartimos con los reptiles y con el resto de los mamíferos, y que forma parte de nuestra especie desde mucho antes del desarrollo de la región asociada con el pensamiento lógico o racional (conocida como el neocórtex).

De esta manera, nuestro cerebro ha establecido una serie de estructuras nerviosas que componen el llamado sistema límbico, el cual está gobernado por la amígdala, que es el principal órgano mediador de las emociones.

Por lo tanto, como se ha descubierto en muchos casos, una lesión de la amígdala es la forma más rápida de destruir la capacidad emocional de una persona y, de esta manera, provocar un comportamiento irracional.

Resulta absurdo pensar que los reptiles (o peor aún, otros mamíferos) no tengan emociones. La felicidad (ese estado emocional activado por el sistema límbico y ante el cual nuestro cerebro consciente tiene poco que decir) gira en torno a la pequeña amígdala que compartimos con otros muchos animales.

Por otro lado, las emociones también determinan nuestros recuerdos y, por lo tanto, nuestras respuestas emocionales a sucesos nuevos.

El motivo es que la amígdala recurre a los recuerdos para tomar decisiones. En este sentido, es necesario destacar un importante hallazgo de la neurociencia: más que los recuerdos, lo que usa la amígdala es el resultado de una elucubración basada en datos reales o inventados.

Como nuestro cerebro se ve sometido a cambios estructurales continuos en las relaciones sinápticas y en las neuronas, la única alternativa que le queda para conservar la información es reconstruirla todo el rato.

Por lo tanto, aunque muchos recuerdos nos parecen frescos y vívidos, en realidad no son más que recuerdos modificados a partir de otros.

Además, para que dichos recuerdos puedan sobrevivir a pesar de los incesantes cambios, la mente no guarda fragmentos de información, sino que se basa directamente en el significado. Por lo tanto, cada vez que se revive un recuerdo, se reconstruye desde el punto de vista biológico.

Mantenimiento

mujer bebiendo cafe-min

Después de leer “El viaje a la felicidad” de Eduardo Punset, el resumen sobre este factor de la felicidad es que todos los seres vivos se enfrentan a un dilema trascendental: deben elegir qué parte de sus limitados recursos invierten en acciones que garanticen la perpetuación de su especie y qué parte dedican al mantenimiento de su organismo, es decir, a mantenerse vivos y sanos.  En la carrera evolutiva, cualquier error en esta elección se paga con la extinción de la especie.

La selección natural

Como sugiere el gerontólogo Tom Kirkwood, de la Universidad de Newcastle (Reino Unido), la selección natural es la que determina este equilibrio entre la energía invertida en el mantenimiento y en la reproducción.

Ése es el motivo por el que cada especie tiene una longevidad distinta. Si un animal se enfrenta a riesgos elevados, invertirá menos en el mantenimiento y más en la reproducción. Sin embargo, si dichos riesgos son bajos, hará lo contrario.

Los homínidos se caracterizan por tener un sistema reproductor muy ineficiente que, por lo tanto, supone una gran carga.

Además de tener que lidiar con los costes de buscar una pareja al azar, enfrentándose a otras tribus y familias, los homínidos han tenido que enfrentarse a los breves periodos de infertilidad femenina, a periodos de gestación muy largos y al hecho de que los jóvenes no nacen preparados para vivir de forma independiente. Por lo tanto, deben pasar por una niñez muy larga en la que requieren muchos cuidados.

Para la especie humana, forzada a centrar sus energías en superar todos estos obstáculos, las inversiones en el mantenimiento eran contraproducentes y, por lo tanto, se reducía la longevidad. Ésas fueron las condiciones en las que vivimos durante miles de siglos, y es el motivo por el que los individuos de nuestra especie no solían superar los treinta años de vida.

Establecer objetivos como mantener la salud o conseguir la felicidad no tenía cabida en los cálculos de ese diseño biológico. Tenían vidas efímeras con un pequeño presupuesto dedicado al mantenimiento o, en otras palabras, con poca energía dedicada al bienestar y a la felicidad.

Sin embargo, en los últimos siglos hemos sido testigos de una revolución trascendental que acabaría alterando el devenir de las cosas. En menos de doscientos años, la esperanza de vida se ha triplicado en los países desarrollados.

De hecho, se trata del suceso más especial y relevante de toda la historia evolutiva, aunque haya pocos que se den cuenta de ello: A ninguna otra especie le ha ocurrido algo parecido, y mucho menos en un periodo de tiempo tan corto.

Una vez que se satisface la función reproductiva, los seres humanos disponemos de energía de sobra y recursos abundantes para invertir en nuestro propio mantenimiento.

Así pues, como especie, nuestra felicidad se basa en la capacidad de reducir drásticamente los recursos asignados a la perpetuación y aumentar aquéllos asignados al mantenimiento.

Es posible que, debido a las imposiciones de nuestra naturaleza, nunca lleguemos a ser tan felices como cuando estábamos en el útero materno, donde todas las energías se centraban en nuestro cuidado y mantenimiento.

Sin embargo, ahora que nuestra existencia supera con creces los reducidos límites de antaño, el desafío de la felicidad es alcanzar un estado de bienestar similar mientras estamos vivos.

Búsqueda

exito

Quienes tengan perro y le den con regularidad un cuenco de comida podrán corroborar la emoción que sienten estos animales durante los instantes previos.

En concreto, es habitual verles iniciar una increíble danza de alegría y felicidad alrededor de la persona que les servirá la comida. Es normal ver cómo mueven el rabo, saltan y hacen ruidos.

Sin embargo, en cuanto se encuentran frente al cuenco, este estado de ánimo suele cambiar. La emoción que les invadía parece desaparecer.

Entonces, meten el hocico en el cuenco y se ponen a comer impasibles, dedicando poco o nada de tiempo a degustar aquello que tanto anhelaban. Aparentemente, les entusiasma más la inminencia de la comida que la propia comida.

El motivo de esto se encuentra en el hipotálamo. De hecho, después de leer “El viaje a la felicidad” de Eduardo Punset, el resumen con respecto a esta cuestión gira en torno a lo que los científicos denominan el circuito de búsqueda.

Se trata de un mecanismo cerebral que no es de propiedad exclusiva de los perros, sino que también forma parte de nuestras redes neuronales.

En los perros, este circuito que despierta el placer y la felicidad sólo se activa durante la búsqueda de comida, y no en el acto de comer. Por lo tanto, la mayor parte de la felicidad se encuentra en la búsqueda y en la expectativa.

De esta manera, ante la mera expectativa de felicidad (incluso si luego no se materializa) se produce un flujo de la hormona dopamina, considerada como un elemento esencial en el mecanismo del placer.

En otras palabras, la dopamina está más relacionada con el deseo y la expectativa que con el placer propiamente dicho.

Además, se ha determinado que ciertos medicamentos que disminuyen la secreción de dopamina (como los antipsicóticos) no afectan a la capacidad para disfrutar, sino a la iniciativa de buscar estímulos placenteros.

En concreto, disminuyen la intensidad del deseo pero no reducen el placer que genera cuando se materializa.

Por otro lado, y al contrario de lo que ocurre con otros animales, nuestro sistema de percepción visual sólo se activa con aquello que está acostumbrado a ver.

En otras palabras, los humanos sólo vemos lo que esperamos ver. El director del Laboratorio de Visión Cognitiva de la Universidad de Illinois (Estados Unidos), Daniel Simon, llevó a cabo un experimento muy ilustrativo a este respecto.

En concreto, pidió a un grupo de estudiantes que vieran una grabación de un partido de baloncesto y que contasen el número de pases realizados por un equipo.

En medio de la grabación, apareció la imagen de una persona vestida de gorila que se detenía en medio de la pantalla, se golpeaba el pecho con los puños cerrados y luego desaparecía por un lado. Al final de la sesión, se les preguntó a los estudiantes si habían observado algo raro durante el partido.

Pues bien, al contrario de lo que sucede en el caso de otros animales (y de las personas autistas), la mayoría de las personas no ven los detalles. Sólo les importa el conjunto, el esquema o la idea que se tiene de las cosas. Ven el bosque, pero no el árbol.

Entonces, es posible que la felicidad consista en activar los resortes del placer asociados con la búsqueda. Es decir, en la tarea de invertir esta tendencia a observar la situación global y ser capaz de fijarnos a las particularidades que la componen.

Y todo esto recordando, además, que la felicidad se encuentra en la búsqueda, porque en ella se encuentra oculta la antecámara de la felicidad.

Relaciones personales

hombre abrazo

Nuestra cultura ha creado y difundido grandes mitos alrededor de la felicidad. Existe una tendencia a pensar que el secreto de una vida feliz se encuentra en aspectos externos a la propia persona, como el trabajo, la salud, la familia, el dinero o las relaciones interpersonales.

Sin embargo, el filtro de la evidencia científica ha refutado todos estos mitos, dejando sólo un único factor externo que resulta decisivo en los índices de felicidad: las relaciones personales.

Para el resto de los factores, las circunstancias externas o materiales sólo son el marco en el que se despliega el potencial interno para la felicidad.

En lo que respecta al trabajo, se ha descubierto que (excepto en situaciones extremas como el desempleo) su incidencia en los niveles de felicidad es mucho más baja de lo que se piensa. En concreto, se ha observado que cuando se enfrentan a trabajos poco satisfactorios, las personas aplican sus cualidades innatas o adquiridas y evitan que llegue a afectar a sus índices de felicidad.

Con respecto a la salud, hay muchos experimentos que demuestran que sólo las enfermedades especialmente graves tienen un efecto directo en las tasas de felicidad.  En este sentido, resulta lógico que (debido a nuestra historia como especie con una esperanza de vida tan corta) la prioridad fuera la vida en vez de la salud. Esto permitiría dirigir los escasos recursos disponibles hacia la misma.

Por lo tanto, nuestro sistema emocional no incluye resortes para proteger la salud, sino la vida.

En cuanto a la familia, se suele creer que los niños son la alegría de la vida. Pero los estudios han descubierto que cuidar de los niños no suele ser una fuente de placer, y que su incidencia en los niveles de felicidad suele ser más descendente que ascendente.

También existe el mito de que el divorcio hace que las personas sean más felices. Sin embargo, como descubrió un estudio llevado a cabo en la Universidad de Chicago (Estados Unidos), el divorcio no reduce los síntomas de depresión ni mejora la autoestima.

De hecho, sólo la mitad de los divorciados afirman ser felices cinco años después de la separación. En comparación, hasta dos tercios de las personas que consiguen superar una crisis matrimonial grave dicen ser felices después de ese mismo periodo.

el millonario de la puerta de al lado resumen billetes

En lo que concierne al dinero, existen muchos estudios que llegan a la misma conclusión: por debajo de los ingresos mínimos para sobrevivir, el dinero reduce la felicidad, pero por encima de ellos posee una incidencia muy limitada, nula o incluso contraproducente.

Cuanto más tienes, más quieres tener, y a medida que los ingresos aumentan también lo hace aquello que la persona considera necesario para ser feliz.

Como afirma Richard Layard, de la Escuela de Economía de Londres: “un aumento de un dólar en mis ingresos incrementa mis ganancias deseables en cuarenta centavos, de manera que si un año he ganado un dólar extra, me hará más feliz pero al año siguiente compararé mis ingresos con un objetivo que será cuarenta centavos superior. En este sentido, al menos un cuarenta por ciento de los beneficios de este año desaparecerán al año siguiente”.

Además, según estudios llevados a cabo por Daniel Gilbert, de la Universidad de Harvard (Estados Unidos), la ampliación del rango de opciones que conlleva el aumento en la capacidad adquisitiva genera más ansiedad a la hora de elegir y más frustraciones después de haber elegido.

Todos estos factores nos llevan a pensar que, en efecto (y a pesar de la creencia popular), la felicidad no guarda demasiada relación con los factores externos.

De hecho, si lees “El viaje a la felicidad” de Eduardo Punset, el resumen que se puede extraer del libro refleja esta misma idea. Sin embargo, hay una excepción significativa, que es la formada por las interacciones sociales.

Irene Pepperberg, la investigadora estadounidense que hizo famoso a Alex (un loro gris africano) por su capacidad para aprender observando a los demás, también sabe esto muy bien. Cuando trabajaba con sus aves, Irene no quería adoptar el modelo clásico de estímulo-respuesta o de prueba y error.

El motivo es que le parecía que ése no podía ser el único modelo de aprendizaje para las especies salvajes: si cada individuo debía experimentar de primera mano un error letal para aprender de él, ninguno podría haber sobrevivido.

Por este motivo, en lugar de preguntarle directamente a Alex por el color de un objeto y recompensarle si acertaba, Irene le hacía estas preguntas a su ayudante en presencia del loro. Esto fue suficiente para que Alex analizara la forma en que aprendía su oponente y fuera capaz de definir conceptos tan abstractos como el color o la forma geométrica de las cosas.

Las interacciones en el aprendizaje individual

De esta manera, usando un método de aprendizaje basado en la observación, Irene Pepperberg fue capaz de comprobar la influencia de las interacciones en el proceso de aprendizaje individual. La existencia de formas de interdependencia positiva y las relaciones útiles con los demás son valiosas fuentes de conocimiento, y uno de los factores clave para la propia felicidad.

Conclusión

mujer gafas pensando-min

Debido a la configuración de nuestro cerebro, en el que hay muchos más circuitos celulares que van desde la amígdala al córtex prefrontal en comparación con los que hacen el recorrido contrario, la influencia de las pasiones sobre la razón es mucho mayor que a la inversa.

Por este motivo, cuando se desencadena una emoción es muy difícil apaciguarla mediante el pensamiento lógico. Por ejemplo, mientras las advertencias de “no bebas” recorren carreteras sinuosas, los impulsos de beber avanzan por autopistas bastante bien definidas.

Este condicionamiento genético, junto con otros muchos como el temor por las situaciones imaginadas, constituye un obstáculo en el camino hacia la felicidad.

Pero la fórmula mencionada anteriormente pone de manifiesto que los factores que afectan a este camino son diversos, y que muchos de ellos son susceptibles a nuestro control.

Éste es el motivo por el que la ciencia ha dedicado tantos esfuerzos a lo largo de las últimas décadas a comprender la naturaleza de la felicidad, para así poder ayudar a todo el mundo a conseguirla.

Los hallazgos científicos descritos, que han sido corroborados empíricamente con animales y humanos, ofrecen claves importantes para alcanzar la felicidad.

En resumen, es posible afirmar que este camino implica acabar con el miedo (manifestado de muchas formas diferentes) y mejorar las emociones, invirtiendo en el propio bienestar, buscando actividades placenteras y estableciendo relaciones interpersonales positivas.